El 24 de junio del año 2008 se formalizó y nació como tal el Club de Atletismo de Villanueva de la Torre.....
Aunque como todo nacimiento este ya había empezado a
gestarse meses atrás, cuando menganito se cruzó por las frías calles villanas
de los primeros meses de ese año con fulanito y surgió la idea que más tarde
hicieron posible con otra media docena de corredores. Desde entonces han pasado
tantas cosas que seria muy difícil de resumir en una entrada de blog, en un discurso
o perorata. Tantas cosas que daría para escribir un libro, con infinitos capítulos
de carreras, pero también de amistad, compañerismo, de sufrimiento, de alegría o
de en ocasiones tristeza.
Un
club de padres, madres, hijos e hijas que en lo dilatado del transcurrir de este tiempo han formado
esta gran familia.
Aquella tarde de junio éramos 8 y no imaginábamos ni éramos
conscientes de lo que estábamos creando, de todo lo que vino. Centenares de
carreras, miles de kilómetros, viajes, una escuela de atletismo, 10 Carreras
Populares de Villanueva, miles de crónicas, ligas, premios y una forma de ver
el atletismo cuanto menos DIFERENTE.
Desde entonces much@s llegaron, otr@s se marcharon, algun@s
volvieron, pero tod@s sintieron en algún momento lo que es este club y cada
cual aportó su granito de arena para llegar a los 11 AÑOS en junio de 2019...
Eramos, somos y seremos...brizna en el monzón...
Al principio no existía el rondo villano y las pistas de
atletismo eran una zona oscura en un extremo del pueblo.
Navegábamos por el final del verano del año 2008, con las
velas henchidas y los remos intactos, entonces no existían las quedadas,
simplemente nos juntábamos antes de que el oscuro otoño nos privase de luz un
grupo de corredores, cada tarde de cada martes y jueves, a una hora
determinada en el parking del centro comercial de Valgreen y desde allí
bajábamos a Meco al trote, regresando por la carretera clandestina de Meco a
Villanueva a toda leche (aquí se empezó a cimentar lo que luego se llamarón
ostias) para afrontar la temida subida de las calles de las flores y regresar
al parking desde allí. Cada entreno era una competición, cada tramo de
recorrido una guerra de guerrillas, cada arrancada era un pulgar sesgando el
cuello del rival (compañero).
Y volvíamos a casa exhaustos, doloridos con un dolor soportable, pero sintiendo el oro olímpico colgado del cuello, héroes villanos por un día.
No teníamos un plan de entrenamiento. Simplemente había que darlo todo.
No teníamos un objetivo deportivo o físico por cumplir. Simplemente aquello nos colmaba.
Y volvíamos a casa exhaustos, doloridos con un dolor soportable, pero sintiendo el oro olímpico colgado del cuello, héroes villanos por un día.
No teníamos un plan de entrenamiento. Simplemente había que darlo todo.
No teníamos un objetivo deportivo o físico por cumplir. Simplemente aquello nos colmaba.
Luego, pasado el océano azul del verano arribamos en el oscuro otoño y desechamos el
nocturno campo, ya que los frontales eran una tecnología desconocida para tan
primitivos y rudimentarios “atletas”, y decidimos partir desde el mismo sitio cada martes y
jueves para dar una vuelta al pueblo. Alguien
lo llamo rondo en un post de este blog y nació el rondo villano. Con una
cuesta de esas que te dejan huella (o como decíamos entonces te dejaba “las
patas cagas”). Por la cual cuando llegaban las fiestas del pueblo en junio se lanzaban los
autos locos, de hay el nombre con la que la rebautizamos.
Cada vez en
aquellas
salidas, en esos recién bautizados rondos, se congregaban más villanos
que se apuntaban
al club y redondeaban aquel primigenio grupo. Villanos y villanas
venidos de
Villanueva, de Meco, de Azuqueca, incluso de Tres Cantos. Pero, ¡amigos
y amigas!, un simple rondo se nos quedaba corto e insulso,
ya que no daba casi tiempo de dar las famosas ostias que tanto nos
gustaban,
por lo que decidimos que lo suyo era hacer dos en cada entrenamiento,
para que
en el segundo sonase la corneta y alguien gritase “cuando empiezan las
……”.
Cada rondo era una competición, cada cuesta de los autos una refriega, conflicto o cruzada, cada arrancada al dar la curva con alevosía, nocturnidad y sin improvisación era un pulgar sesgando el cuello del rival (compañero), y si llegabas el último al parking sin una cabeza que echarte al morral ya tenias un motivo para volver a darlo todo el martes o jueves siguiente. Y volvíamos a casa muertos con una sonrisa de oreja a oreja, maltrechos en nuestros músculos o huesos, pero sintiéndonos campeones del mundo, héroes villanos por un día. El plan si lo había no lo habíamos cumplido a rajatabla, seguramente nos saltamos la parte que decía en progresión para sustituirlo por osti…
Cada rondo era una competición, cada cuesta de los autos una refriega, conflicto o cruzada, cada arrancada al dar la curva con alevosía, nocturnidad y sin improvisación era un pulgar sesgando el cuello del rival (compañero), y si llegabas el último al parking sin una cabeza que echarte al morral ya tenias un motivo para volver a darlo todo el martes o jueves siguiente. Y volvíamos a casa muertos con una sonrisa de oreja a oreja, maltrechos en nuestros músculos o huesos, pero sintiéndonos campeones del mundo, héroes villanos por un día. El plan si lo había no lo habíamos cumplido a rajatabla, seguramente nos saltamos la parte que decía en progresión para sustituirlo por osti…
Aquello no nos haría perdurar en el tiempo, ni ser
recordados, ya que éramos una simple brizna en el monzón, pero la vida era un
pájaro de alas cortas que volaba alto y nosotros pretendíamos darle alcance a
base de correr.
Para mejorar la calidad de las ostias que nos arreábamos
decidimos bajar a las pistas de atletismo de Azuqueca para cronometrarlas.
Alguien nos dijo que aquello mejoraría nuestras marcas, si las hacíamos como se
deben hacer. De 200, de 400, de 800 o
1000 metros ¿las hacíamos como se deben?, no lo sé, se trataba de darlo todo
poco a poco, en progresión….Y así era, todos en fila, dando lo que podíamos en
cada serie poco a poco, en progresión, para llegar a la última se supone que
sin fuerzas, pero las tenias que sacar, aunque fueran de flaqueza, ya que esa,
la del final, era la de la gran ostia. . Y volvíamos a casa reventados y con un
dolor cada vez menos soportable quizás, pero sintiéndonos máster del universo,
héroes villanos por un día. Interpretábamos el fartlek a nuestra manera, el
sprint no era un acto pendenciero ya que estábamos sobre aviso. No teníamos un
objetivo deportivo o físico por cumplir.
Simplemente aquello nos hacia levitar. Como brizna en el monzón.
Ninguno éramos corredores punteros, al contrario, seriamos
del montón. Pero en nuestro pequeño universo, en nuestro rondo, en nuestra
serie agonizante, en nuestro capitulo o película, éramos el centro del mundo. Brizna en el
monzón.
En ese intervalo corto pero tan lleno de novedad nació la
jerga villana (patas cagas, élite, morralla, cuando empiezan las ostias, tú
cabeza vale 5 puntitos, las gallinas que entran por las que salen, etc..) que
al principio nos sacaba la sonrisa descreídos de que siempre sería lo mismo.
Luego abrieron “nuestras pistas” y les pusieron luz y color.
Dejaron de estar en un lugar oscuro del pueblo. Y ya teníamos un sitio propio
donde empezar y terminar las ostias.
Desde
aquel principio de todo, nos dio por ir a probarnos y
competir en carreras populares. Con el lema de si vas tú, voy yo, nos
juntábamos 6, 12, 20 o más villanos y villanas en cada una de ellas. De
esta
manera cada domingo era el mismo ritual, parecido al de los rondos o las
series, salvo que aquí las ostias eran desde el primer metro. Nos
poníamos la casaca villana y surgía la
transformación. Los mecánicos que reparaban con sus manos manchadas de
grasa y
aceite, los oficinistas que se dejaban
las pupilas en la pantalla del ordenador, los albañiles que daban yeso a
las paredes, las amas de casa que planchaban montones de ropa,
el cartero que repartía la correspondencia, el camarero que ponía copas,
la
ejecutiva . Todos ellos y ellas se calzaban las zapatillas, la camiseta
amarilla, y pasaban de la rutina diaria que les daba de comer a ser
héroes por
unos kilómetros, atletas de élite, de nuestra élite, que en ningún caso
llevaría condumio o sueldo a sus respectivas casas. Adelantábamos a un rival
(compañero, amigo del club) y nos señalábamos con el pulgar en el cuello con un
gesto inequívoco de “te he rebanado la cabeza”. En cada kilometro, cuesta o
curva mirábamos hacia atrás para ver por donde venia el “rival” y si había que
regular, o si estaba cerca y te quedaban fuerzas volver a atacar. El resto de
populares nos miraban incrédulos pensando quizás (este tío que irá en el puesto
5.000 de la carrera mira para atrás ¿?). No lo entendían, jamás podrían hacerlo
si no pertenecían al club, a este club de rebanadores. Esta es tú vida y se
acaba en cada kilómetro. Y si caes, pues más alto volaras la próxima vez. Y
luego nos íbamos todos al bar, para celebrarlo, tragando el corazón que se nos
había salido por la boca, con un dolor cada vez menos soportable quizás, pero
sintiéndonos el protagonista de la película, el centro del mundo, héroes villanos por un día. No obteníamos
titulo o diploma y los laureles o hazañas eran efímeros. Pero nosotros éramos
los campeones, no esperábamos el reconocimiento del otro, la genuflexión aunque
nos sintiéramos como deidades, ni el emoticono de las palmas. Simplemente
aquello nos hacía levitar, unas horas antes de volver a la realidad. Nos daba igual una milla, una legua, un diez
mil o media maratón. Si ibas tú, iba yo. A la urbe, la pradera, la planicie o
el pico. Y cuando llego abril como tú ibas al maratón, pues venga. ¿Y que vas a
la montaña?, ¿y si nos hacemos un ultra?…. Si caes tú, caigo yo….
Éramos unos insensatos sin normas de moderación. Ya entonces
teníamos una cierta “edad” para hacer aquellas locuras. Ya mi suegra me lo advirtió
“si sigues así chaval esto te pasara factura”. Pero nosotros seguíamos a lo
nuestro, compitiendo cada martes, jueves, sábado o domingo. Picándonos en los
comentarios del blog (entonces no había Whassap, ni emoticonos) Quizás por aquella insensatez ahora nos duele
esto o aquello otro y ya no recuperaremos aquel hueso o cartílago que dejamos en
el asfalto o camino (que razón tenía mi suegra, la mujer). Pero éramos olímpicos,
invencibles, máster, héroes, protagonistas, y sobre todo nos sentíamos vivos.
Dichosa insensatez. Dichosa brizna en el monzón.
Poco a poco el club fue creciendo en fama. Todos sabían quiénes éramos. Esos, “los rebanadores
de cabezas” (aunque a ciencia cierta nadie acertaba al 100 por 100 con la
explicación del apodo) Y de repente decidimos organizar una carrera. Y la
concebimos a nuestra imagen y semejanza. Lo dimos todo y cada año lo fuimos
superando. Gracias a todos aquellos y a todos estos que saben cuál es la
primera regla y ultima del club. “Poner toda la carne en el asador”.
Por el camino se fueron algunos de aquellos, en busca de
otros aires u objetivos. De otras quimeras quizás, aunque sin ellos saberlo ya
estaban infectados de insensatez. Uno incluso
se nos fue para siempre, una persona enorme pero un insensato cuando se
calzaba unas zapatillas… más siempre será recordado.
En fin. Aquella seguramente fue la esencia de lo que ha sido
el club en estas 2000 entradas, aquel fue el poso, sin duda. Por eso cada
hombre o mujer que entra para pertenecer al club saben a qué atenerse, y lo dan
todo, con virtudes y defectos, sabiendo el límite y tocándolo con la punta de
la lengua. Baten sus “marcas”, corren maratones pese a que nadie creía en ellas…o
ellos, suben montañas por sendas imposibles en sus anteriores cálculos…y ……Y
por eso llegaron nuevas caras buscando
esa insensatez quizás, haciendo de este club una gran familia, de mujeres, de maridos,
de hijos, de padres y sobre todo de amigos.
El tiempo nos ha forjado a base de kilómetros, pero de
muchas más cosas (ostias incluidas). En parte gracias al ver al otro superarse
y sufrir. Reír, llorar, emocionarse. Amigos que son como hermanas pequeñas o
hermanos mayores. Vínculos en estos 11
años que ya van más allá del
atletismo y del propio club, porque esos y esas ahora además de darte de ostias
están cuando los necesitas.
Mientras las velas sigan siendo sopladas por el viento, mientras quede un solo remo.
11 años no son nada, sumemos otros 11.
Mientras las velas sigan siendo sopladas por el viento, mientras quede un solo remo.
11 años no son nada, sumemos otros 11.
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